martes, 27 de abril de 2010

NOTA EN LAS 12

Viernes, 23 de abril de 2010
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las12
TEATRO

SuperYoko

Yoko Onda es el nombre de la clown Leticia Torres, que pone en jaque ciertos supuestos acerca de la “buena mujer” solita en el escenario, en un interesante unipersonal.

Por Sonia Jaroslavsky
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Yoko llegó a la vida de Leticia Torres cuando realizaba funciones con un grupo de actores a beneficio del Hospital Garrahan: “Al principio era un poco mandona y más seria pero eso fue cambiando con los años”, recuerda. Hasta fines de abril también se la puede ver en la reestrenada y últimas funciones de Hotel melancólico de Mariela Asensio en el excelente papel de mujer perro.
Yoko Onda es una payasa que se anima a decir en voz alta todo lo que piensa, que se preocupa, se cuestiona, duda, sufre y se divierte. No tiene miedo a mostrarse vulnerable y a compartir con generosidad todo lo que le pasa. Tiene una mirada simple, hasta de las cosas más enroscadas. Sabe reírse de sí misma y si nadie le festeja el chiste ¡ella lo hace primero! Y. O. es un unipersonal de clown que reflexiona sobre las superchicas, las supersabias, los superéxitos y las supercuantascosas que las demás tienen y nosotras no. Yoko se pregunta: “¿Me parece a mí o los demás siempre van más rápido que yo? ¿Me parece a mí o los demás siempre están más adelante que yo? ¡No llego! ¿Me parece a mí o me la paso apilando logros ajenos?”.
“Creo que recibimos culturalmente tantos mandatos que vamos incorporando como propios, que nunca alcanzamos a sentirnos plenos, felices. De a poco nos creemos que la vida es una carrera en la que tenemos que sortear obstáculos y sobre todo ir logrando cosas, si no estás perdiendo el tiempo. El tiempo... ¡nuestro fantasma! Tantas veces me vi frenada o coartada por intentar una y otra vez aprovechar el tiempo al máximo”, apunta la clown a propósito del impulso que la llevó a escribir sobre el tiempo que no para. La dramaturgia y actuación están a cargo de Leticia pero la cuidada dirección es el fruto de la mirada de Maximiliano Sarramone. La obra está basada en las acciones, los movimientos y los textos de la actriz y es por eso que la escenografía acompaña el recorrido de esta payasa. Se suman las proyecciones y las luces, que funcionan como relojería.
Pero el unipersonal es también un compendio de hitos por los que la mujer “debería” atravesar en su vida, pero bajo una mirada que resulta crítica y femenina con buenas dosis de humor. Yoko desconoce que haya una remota posible diferencia entre hombre y mujer. Conoce las diferencias físicas y agradece que existan, porque a Yoko le gustan mucho los muchachos y no tiene pudor en decírselo en sus caras. Pero si le dijera que en este mundo en algunos ámbitos las mujeres son consideradas menos que seres humanos no lo podría creer, le parecería inaudito. Yoko habla de temas que les preocupan a todos, pero claramente desde una mirada femenina. Y más que feministas le salen cosas anti-machistas. “Sobre todo el tiempo apremia cuando llegás a los treinta –dice la actriz–, que es cuando se supone que una tiene que estar tan armadita, tan organizada y con tantas cosas supuestamente resueltas. Y sobre todo las mujeres, en donde la maternidad se impone como una elección trágica: la que quiere ser madre en esta vida que se apure y la que no quiere ser madre es vista como bicho raro. Y eso sumado a elegir correctamente la carrera que querés estudiar y a ser exitosa en lo que elijas, porque si no parece que estás perdiendo el tiempo. Muchas veces esto me quemó la cabeza y vi que a mis pares les pasaba lo mismo. Decidí que iba a mostrar esta problemática en un escenario para reírme de eso e invitar a otros a que se rían.”
“El paso del tiempo para todos es nuestro gran tema y Yoko lo detiene en un pase mágico”, sintetiza Leticia. Al final se escucha reparadora “Sea” de Jorge Drexler y Yoko canta porque: “Lo que tenga que ser, que sea / y lo que no por algo será / No creo en la eternidad de las peleas / ni en las recetas de la felicidad”.
Y. O. Viernes a las 21 en el Teatro Tadrón. Niceto Vega 4802 (esquina Armenia). 4777-7976. Entradas: Desde $20.

domingo, 4 de abril de 2010

Crítica en Montaje Decadente - Por Lucho Bordegaray

teatro // Y.O., de Leticia Torres

¿De qué hablamos cuando hablamos de logros? Casi siempre, de logros socialmente visibles: título universitario, viajes, ropas, obras de arte, automóvil, puesto jerárquico, casa y tantos etcéteras como zanahorias nos propone el buen capitalismo. Entonces, si de esto hablamos, los logros son mensurables y comparables. Y… envidiables.
Yoko Onda nos habla de ella. (Por si alguien no se percató, sus iniciales y el título de este espectáculo nos ponen sobre aviso.) Ella nos muestra unas imágenes de su vida y, viéndose y relatándose, se descubre más desprovista que los demás: el montoncito de sus logros es mucho más bajo que los montoncitos de quienes están a su lado. Y le basta con curiosear qué hay en los montoncitos ajenos para saber lo que a ella le falta. Y le resulta fácil alcanzar a los demás, porque sabe que detrás de una nariz roja todo vale, y puede detener el tiempo –así nomás, ¿y qué?– para conseguir rápidamente todo lo que en su vida no había obtenido. Pero lo que no sabe Yoko es que el tiempo está íntimamente relacionado con las variaciones, y que por más que tenga su fórmula para detenerlo, su loca carrera por alcanzar todos esos logros que no tenía en su montoncito generan un paso del tiempo, que será un tiempo Yoko o un tiempo Onda, pero es tiempo al fin.
Finalmente, Yoko propone (se y nos propone) una solución. Una solución personal, no grupal, porque aunque tenga reminiscencias hippies en su nombre, hay limitaciones posmo en su apellido, y a la buena onda (que no tiene intenciones de revolucionar ningún sistema) le alcanza con desear el disfrute de lo que se tiene y despreocuparse por lo que no se tiene. No parece suficiente si lo cotejamos con las grandes deudas que acarrea la sociedad para consigo misma, pero es muchísimo si pensamos que la mayoría de los discursos tienden a seguir corriendo en pos del montocito personal y nada más que eso. A fin de cuentas, no le vamos a exigir a Yoko que haga todo lo que el resto de la humanidad no hacemos a diario, ¡qué tanto!
Para decir esto, Leticia Torres se vale de los permisos que el clown le franquea, como inocencia, ternura, sencillez y despreocupación. (¡Vaya listita! Todos productos que escasean o faltan en el stock de nuestras vidas a partir de algún momento en que se nos dio por ponernos adultos.) Y los extrema, de manera que a su inocencia la lleva al límite con lo irreverente, su despreocupación coquetea con la impudicia, su ternura puede aparecer como desenfreno, y su sencillez, como hermosa sonsera. Pero no por eso permite que Yoko se pase de la raya: ella coquetea con cruzarla, amaga dar un pasito más allá de lo debido, pero no mucho más, porque más allá está la obviedad, y de la obviedad necesariamente se vuelve, pues ya no hay hacia dónde avanzar. Bien lo saben tanto Leticia Torres como Maximiliano Sarramone, el director, también formado en la técnica de clown. Y no pasan de ahí.
En tiempos de despliegue multimedia, a Y.O. le alcanza con un proyector de diapositivas porque el soporte está en la ductilidad de su intérprete. Y si bien se permite algunas licencias para sacarle jugo a cualquier cosa que perciba en la platea, Yoko/Torres está cuidada y contenida desde la dirección, porque a no dudar de que si por ella fuese, abriría muchos otros juegos y contaría otras mil historias, pues energía y recursos no le faltan.